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La pérdida de peso y desnutrición es la principal consecuencia de las personas con Alzheimer y disfagia. Además, este trastorno puede producir deshidratación e infecciones respiratorias. Esta es una de las principales conclusiones del webinar ‘Alimentación y Alzheimer: alimentos de toda la vida’, organizado por la Confederación Española de Alzheimer y que ha contado con la profesora del departamento de nutrición y ciencia de los alimentos de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense María del Carmen Lozano Estevan.
La enfermedad de Alzheimer cursa con un deterioro cerebral progresivo. Evoluciona deteriorando diferentes habilidades como el lenguaje, la deglución o el reconocimiento de lugares o personas. Una de las consecuencias de ese deterioro es la disfagia, un trastorno que produce una obstrucción y estancamiento de la faringe y que aparece en un 7-29% de las personas con demencia y un 8% de la población mundial.
Algunos de los signos que alertan sobre un caso de disfagia y que pueden hacer sospechar son “que la persona sienta dolor o molestias al tragar, tos durante o tras la ingesta de alimento o líquido, atragantamiento ante determinadas consistencias e incluso babeo, entre otros”, afirmó la experta.
A la hora de alimentar a una persona con disfagia hay cuatro aspectos clave a tener en cuenta: el control del entorno, del tiempo, de los alimentos y del paciente. Para evitar situaciones complicadas a la hora de la comida, Lozano Estevan recordó que “hay que adaptar la dieta e incluir la máxima variación de alimentos para evitar la rutina y procurar que las condiciones organolépticas sean atractivas”, todo con el fin de que “el paciente tenga cubiertas todas sus necesidades nutricionales, que no olvidemos son las mismas que las de cualquier persona”, apuntó.
En este sentido, aconsejó adaptar la textura de los alimentos tradicionales: “es importante que los alimentos sean homogéneos, evitar grumos y que sea jugoso y fácil de masticar”.
A lo largo de la ponencia, la experta subrayó que no se puede generalizar la dieta de los pacientes, debiendo amoldarla a cada uno “teniendo en cuenta el tipo y grado de disfagia, la tolerancia individual a cada textura alimentaria, sus hábitos alimentarios y las necesidades energéticas y nutricionales en función de la edad, sexo, actividad física. Incluso hay que tener en cuenta la medicación”.
Por último, ante la pregunta de si se puede prevenir la disfagia, la profesora de la Universidad Complutense señala que “en caso de que sea fisiológica, es decir, con origen congénito, es difícil de tratar, pero la que aparece con ciertas enfermedades como el Alzheimer si se puede prevenir y tratar a través de técnicas compensatorias, que reducen los síntomas, pero no cambian la fisiología y técnicas de tratamiento, que modifican la fisiología y mejoran el funcionamiento de la deglución”.