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El delirium es uno de los grandes síndromes geriátricos y un reto para los profesionales sanitarios que atienden a las personas mayores. Se trata de un estado de confusión que aparece de forma repentina, habitualmente a raíz de un ingreso hospitalario, y que se caracteriza por un estado de mucha agitación, alucinaciones e hiperactividad hasta un estado comatoso o de mucha somnolencia.
El elemento que desencadena este estado puede ser muy diverso: desde una neumonía, un infarto o una intervención de cadera, hasta una leve infección de orina o deshidratación. Afecta a un tercio de los pacientes mayores de 70 años hospitalizados, porcentaje que se incrementa hasta el 50% en pacientes ingresados en unidades quirúrgicas.
A pesar de su alta frecuencia, se diagnostica poco porque a menudo se valora como algo normal cuando no lo es; el delirium es una urgencia médica y se debe intervenir dado sus graves consecuencias: la mortalidad es el doble entre los pacientes con delirium que entre los que no lo presentan, aumenta el riesgo de demencia, de ser dependientes al salir del hospital o de terminar en una residencia de ancianos. El delirium también comporta un sobrecoste para el sistema sanitario, que se calcula de unos 500 euros por ingreso.
Coincidiendo con el día mundial del delírium, que se celebra este miércoles 15 de marzo, desde la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG) queremos recordar que un 30-40% de los delírium son prevenibles aplicando sólo medidas no farmacológicas sencillas y de bajo coste económico.
Mantener una iluminación adecuada (luz de día, oscuridad de noche), garantizar el descanso nocturno, asegurar una correcta hidratación, orientar y recordar a menudo la fecha y la hora, uso de gafas o audífonos si se precisa y movilización precoz, son actuaciones efectivas para reducir la incidencia de delirium y por ello insistimos en implementarlas en los hospitales sin demora.
La mortalidad es el doble entre los pacientes con delirium que entre los que no lo presentan.