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Se trabajan los temblores y bradicinesia (movilidad lenta), que son síntomas motores característicos de esta enfermedad, con terapias adaptadas a las necesidades de cada paciente.
Con motivo del Día Mundial del Parkinson que se celebra el miércoles 11 de abril, el Grupo Orpea, líder europeo en la atención a la dependencia y referente en el cuidado de las personas mayores, recuerda que las personas con enfermedad de Parkinson precisan de una atención integral y personalizada dirigida a abordar los múltiples síntomas motores y no motores propios de esta patología, con el fin de conseguir mayor autonomía y bienestar físico, psíquico y emocional.
El párkinson es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente después del alzhéimer. En España, se estima que afecta a entre 120.000 y 150.000 personas, y cada año se diagnostican 10.000 nuevos casos. A pesar de que no se trata de una enfermedad exclusiva de las personas mayores, según la Sociedad Española de Neurología (SEN), el 70 % de las personas diagnosticadas de párkinson en nuestro país tienen más de 65 años. Y de esa cifra, el 2 % son mayores de 65 años y el 4 %, mayores de 85 años.
Los principales síntomas son motores, como temblores, rigidez, lentitud de movimientos e inestabilidad postural, pero también desarrollan otros trastornos que no están relacionados con la motricidad como depresión, problemas de sueño, estreñimiento, disfagia (dificultad para tragar) y deterioro cognitivo en distintos grados.
La doctora Silvia Lores Torres, de Orpea Aravaca, que trabaja con varios residentes con párkinson, subraya que cada usuario es diferente y tiene unas necesidades específicas, por lo que el abordaje debe ser integral y personalizado. En este sentido, afirma que, cuando un nuevo residente llega al centro, un equipo multidisciplinar (médico, enfermera, terapeuta ocupacional, psicólogo, fisioterapeuta...) le realiza una valoración y, tras la puesta en común de los profesionales, se establecen unos objetivos sobre los que trabajar de manera coordinada.
En general, la intervención de los profesionales se centra en estimular las capacidades funcionales, tanto físicas como cognitivas, para mantener la autonomía el máximo tiempo posible y retrasar la discapacidad y la dependencia. En este sentido, la terapia ocupacional y la fisioterapia juegan un papel fundamental. En el área de fisioterapia trabaja los temblores, la rigidez y los problemas de la marcha con masajes, mesoterapia, gerontogimnasia, movilizaciones pasivas, etc. De este modo, se mejora la movilidad corporal y se evita la atrofia.
En opinión de la doctora Lores, “si el residente no tuviera este tipo de terapia empeoraría funcionalmente mucho más rápido y tendría un peor pronóstico y calidad de vida”.